La conmemoración cristiana del nacimiento de Jesús se ha extendido por todo el mundo gracias a costumbres paralelas como los regalos a los niños, el belén y el árbol navideño
Ahora sí que llegó la Navidad y sus días centrales de celebración alrededor de la Nochebuena. Ese periodo de tiempo que la publicidad se encarga cada año de adelantar y que el marketing y el consumo también estiran con todo tipo de artimañas. Si bien es cierto que la tradición cristiana conmemora en estos días el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, el Adviento y la Navidad que duran entre 21 y 28 días antes del 25 de diciembre y hasta el domingo siguiente a la fiesta de la Epifanía (6 de enero).
Con este amplio periodo de tiempo en el calendario, más de un mes, el abanico de posibilidades y actividades unidas a las Fiestas también se multiplica, especialmente en los últimos años, aunque el reencuentro familiar continúa en el centro de las celebraciones. Sin embargo, los viajes, las comidas y cenas de empresa y los regalos han desplazado a otras tradiciones de toda la vida y la globalización ha conseguido que no nos resulte extraña cualquier propuesta innovadora para estas fechas.
Relacionamos con la Navidad todos los preparativos que implican el montaje del árbol, poner el belén, adornar la casa, las luces en las calles, los productos navideños en las grandes superficies, los precios prohibitivos de muchos alimentos en estas fechas, las compras navideñas, los festivales escolares, por supuesto la lotería, los villancicos, la cabalgata de Reyes, las comidas y cenas de empresa, la paga extra, las reuniones familiares y de amigos, la cesta navideña, las 12 uvas y, cómo no, todo aderezado con buenos deseos a diestro y siniestro que, últimamente, también son cada vez menos por carta y más por WhatsApp a golpe de meme… y junto a cientos de tendencias y modas que surgen cada año.
Porque la Navidad es una de las celebraciones más famosas en todo el mundo y también de las más celebradas incluso aunque no vaya unida a la tradición religiosa. Sin embargo, el origen histórico de estas fechas es más reciente de lo que se puede pensar y en él adquieren protagonismo desde ritos paganos hasta el mismísimo Imperio Romano.
Hay que partir de la base de que aunque el 25 de diciembre se celebra el nacimiento de Jesús no se conoce la fecha exacta de este hecho. Se sabe que fue durante el reinado de Herodes, pero las teorías sobre el momento concreto varían tanto como los expertos y sus explicaciones. Los hay que sitúan este hecho en abril o mayo, otros en septiembre y otros en pleno agosto según se analicen desde los textos bíblicos hasta el cielo y la situación de los astros en aquella época o las actividades campestres con las ovejas que también mencionan los textos sagrados.
El origen de la Navidad, aunque cueste imaginarlo y creerlo, no es cristiano, sino pagano. La primera vez que podemos decir que la Navidad se celebró el 25 de diciembre tal y como la conocemos hoy fue cuatro siglos después del nacimiento de Jesús, ya que antes las navidades lo que celebraban era la figura de Saturno que los romanos implantaron. A mediados del siglo IV, el Papa Julio I estableció la fecha del 25 de diciembre.
En sus primeros años de vida, la Iglesia católica, además, celebraba la muerte de las personas que eran importantes y no sus nacimientos. Pero para que los fieles cristianos se apartaran de las fiestas paganas del solsticio de invierno, la Iglesia eligió el 25 de diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús, y así la Navidad ocupó el lugar que llenaban esas fiestas saturnales en el invierno de Roma. Fue durante el reinado de Constantino el Grande cuando la Iglesia propuso que el 25 de diciembre se celebrara el nacimiento del Salvador por su coincidencia con la celebración romana del Sol Invictus (cambiar el sol, en inglés “sun”, por el Hijo, en inglés “son”, de Dios).
Tiempo después, en el año 345 d.C., cuando el 25 de diciembre era Navidad en occidente pero en Oriente esa celebración era el 6 de enero, la influencia de san Juan Crisóstomo, padre de la Iglesia de Oriente y patriarca de Alejandría, y de san Gregorio Nacianzeno, logró que la Navidad pasase a ser universal.
A partir de ese momento se fue construyendo el relato de unas tradiciones, mitos y leyendas que perduran hasta nuestros días aunque cada vez más influenciadas y mezcladas con las americanas: así surgió la entrega de regalos a los niños, el belén y árbol de Navidad.
Por ejemplo, san Nicolás existió en realidad y fue obispo de Mira, la actual Turquía, en el siglo IV. Se le relaciona con numerosas leyendas: una de ellas narra que una noche, cuando trataba de transportar tres bolsas de oro hasta las tres hijas de un mercader arruinado, una de las bolsas cayó dentro de los calcetines que colgaban de la chimenea para secarse y que por eso desde entonces se cuelgan los calcetines en espera de regalos. Su fiesta se celebra el 6 de diciembre y es el patrón de Rusia y muy popular allí, además de en Grecia, el Norte de Europa, Alemania e Inglaterra, donde ha sido asimilado a su Papá Noel y a Santa Claus, denominación anglosajona de San Nicolás, y con funciones de protector y patrón de niños. Lo de la barba blanca y el color rojo llegó bastante después, gracias a la publicidad de la marca de refrescos más implantada en el mundo.
En Oriente, el 6 de enero solo se celebraba la Epifanía, es decir, las manifestaciones de Cristo (nacimiento, adoración de los Reyes Magos y bautismo, pero en Occidente únicamente estaba la fiesta el nacimiento el 25 de diciembre. Con los años, Occidente adoptó la Epifanía y Oriente la Navidad. Según la tradición popular, tres magos, reyes de Oriente, tal vez de Arabia, le llevaron regalos a Jesús, recién nacido en Belén. Por este motivo, en España existe la costumbre de obsequiar a los niños con juguetes en recuerdo del oro, incienso y mirra ofrecido por los magos a Jesús, aunque como ocurre con la Navidad, la fecha de la Epifanía el 6 de enero se debe muy probablemente a cálculos relacionados con el solsticio de invierno y las fases de la Luna.
En realidad, existen tres fechas en la tradición cristiana en las que se entregan regalos a los niños: en los países mediterráneos, como España e Italia, se hace el 6 de enero con los Reyes Magos y con la bruja Befana, respectivamente, y, en teoría solo reciben regalos los niños que se han portado bien. En España se limpian los zapatos y se dejan junto a un sillón o al lado de la chimenea para que los Reyes dejen allí sus regalos; en Bélgica, Holanda y Francia lo celebran el 6 de diciembre, día de san Nicolás. En el resto de los países occidentales son Santa Claus o Papá Noel quienes los reparten, pero el día 24 de diciembre, en Nochebuena, aunque también con particularidades, como el Olentzero, un carbonero mitológico de origen navarro y que reparte regalos a los niños en el País Vasco, o el Tío del Nadal o Tronca del Nadal en Cataluña y Aragón, un gran tronco al que hay que golpear para que suelte los regalos.
El belén o pesebre es otra de las tradiciones de la Navidad: supone la representación del nacimiento de Jesús en Belén por medio de figuras y aparece por primera vez en el siglo IV en la catacumba de San Sebastián de Roma. Sin embargo, la tradición popular del belén es mucho más reciente. Fue San Francisco de Asís quien realizó la primera representación. Durante la Edad Media y el Renacimiento era costumbre realizar escenas de Navidad en las iglesias. De ambas tradiciones arranca la de los belenes actuales e incluso los vivientes. La tradición belenística alcanzó su apogeo en el reino de Nápoles en el siglo XVIII y de allí pasó a España, de donde se exportó a América.
Por último, la tradición del árbol de Navidad data del siglo I d.C., cuando san Bonifacio viajó con un pequeño grupo de personas a la Baja Sajonia. Sabía que allí, una comunidad de paganos, en medio del invierno, realizaban un sacrificio humano (donde usualmente la víctima era un niño) a Thor, el dios del trueno, en la base de un roble al que consideraban sagrado y que era conocido como “El Roble del Trueno”. San Bonifacio quiso destruirlo para salvar a la víctima y por eso llegaron a la aldea en la víspera de Navidad, justo a tiempo para interrumpir el sacrificio.
El evangelizador de Alemania e Inglaterra derribó ese roble y lo reemplazó por un abeto, el símbolo del amor eterno de Dios. Este árbol fue adornado con manzanas, que para los cristianos representan las tentaciones según el texto bíblico de Adán y Eva, y velas, que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina. Al ser una especie perenne, el árbol es también el símbolo de la vida eterna. Además, su forma de triángulo representa a la Santísima Trinidad.
En la Edad Media esta costumbre se expandió y luego llegó a América. El primer árbol de Navidad decorado como lo conocemos en la actualidad se vio en Alemania en 1605 y se utilizó para ambientar la festividad en una época de extremo frío. A partir de ese momento comenzó a multiplicarse esta tradición: a España, por ejemplo, llegó en 1870, y fue evolucionando con la colocación de diversos adornos con significado espiritual: bolas, esferas, cintas, luces, angelitos…
En la actualidad, las modas, la tecnología y la globalización ofrecen navidades a la carta en las que si bien predomina la tradición cristiana del nacimiento de Jesús y la unidad familiar, la paganización inicial de este tiempo ha vuelto a ganar su espacio para hacerse un hueco en las costumbres y situación social de cada país con músicas, comidas y actividades de ocio específicas que varían incluso dentro de cada continente. Lo que no varía, en nuestra cultura, es desear estos días ¡feliz Navidad!
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